¿Sabemos descansar del trabajo?

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Aproveche. Que el viaje en metro no sea en balde: quítese unos cuantos correos. Y en el ascensor, nada de mirar pensativo la luz que brinca de planta en planta: responda a esos mensajes que escuecen en el bolsillo. ¿Esperar en el café donde ha quedado viendo la gente pasar? ¡Qué va! Es el momento de enviar audios sobre las broncas laborales. Ni siquiera la almohada significa ya la placidez del punto final: ahora es un soporte más para consultar documentos atrasados.

Hay quien cataloga todas estas secuencias cotidianas como un reflejo claro de los tiempos actuales que han puesto la vida bajo la tiranía de la eficiencia, Ahora el tiempo es una posibilidad para ponerse al día con las series de las que se habla, para estar al corriente del último escándalo político o para preparar un nuevo e incierto proyecto. Parece que no dedicarlo a algo comunitariamente útil o económicamente lucrativo hace que no merezca la pena.

Contra este discurso ya existen voces que proclaman la necesidad de frenar. De rebelarse contra el mandato de lo que resulta rentable. No se trata, aunque esté relacionado, de alzarse contra las redes sociales y su forma de vampirizar nuestras horas, ni de acometer contra ese anglicismo que se enuncia como FOMO (acrónimo de fear of missing out, que es, en rasgos generales, el miedo a perderse planes). El objetivo es abandonar esa interminable lista de tareas y respirar. Ser conscientes de nuestras limitaciones, de la imposibilidad de cumplir todos los deseos y dedicar tiempo a labores no remuneradas, como observar mariposas o tumbarse a pensar en la inmortalidad del cangrejo.

Hasta los supuestos intervalos de descanso están “productivizados”, comenta Hernández. “Consumimos más publicidad que jamás en la historia (un anuncio cada tres fotos en Instagram, por ejemplo, o una cada dos vídeos en YouTube) y, al mismo tiempo, estamos generando información sobre nosotros, datos que son aprovechados y comercializados”. El ocio, que la Real Academia Española define como “inacción” o “total omisión de la actividad”, ha mutado. Y ya no proporciona ese tiempo libre del que cada uno era dueño, sino que se traduce en engullir contenidos o en padecer ansiedad.

Ni siquiera el coronavirus y sus confinamientos han conseguido soltar ese lastre. Al revés: con el teletrabajo, los límites horarios se han difuminado y contestar correos, mandar audios o teclear mensajes no es un acto reflejo, sino un gesto remunerado.

Es necesario “separarse” psicológicamente de las obligaciones externas. Comprender que el agobio por abarcar mucho no otorgará la calma es uno de los principios para “construir la vida más significativa que esté disponible para . La solución es encontrar “grietas, momentos, instantes, intervalos” donde colocar “piedrecitas en las ruedas del sistema”.

Los estrechos límites de la libertad de movimiento y las exigencias de protegerse a uno mismo y a los demás nos han privado de muchas actividades que nadie creía tan importantes, como tomar un café en una terraza o ir al cine.

 

 

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Jorge Sales¿Sabemos descansar del trabajo?