David Card “La subida del salario mínimo no crea ni destruye valor, solo lo redistribuye”

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”POR J. P. VE­LÁZ­QUEZ-GAZ­TE­LU

El País
05 de mar de 2023
Eco­no­mis­ta y pre­mio No­bel. Card cree que se ha exa­ge­ra­do con la gran re­nun­cia y afir­ma que la in­mi­gra­ción no tie­ne un efec­to no­ta­ble pa­ra los tra­ba­ja­do­res na­ti­vos con una cua­li­fi­ca­ción si­mi­lar a los re­cién lle­ga­dos

Corría el año 1992 cuando el Estado de Nueva Jersey decidió subir el salario mínimo, mientras que el vecino Pensilvania optó por no tocarlo. Los economistas David Card y Alan Krueger compararon el impacto de la medida en los restaurantes de comida rápida de ambos territorios y llegaron a la conclusión —en contra de la tesis dominante hasta entonces— de que un incremento de la retribución mínima no destruye empleo. Tres décadas después de la publicación del estudio, que se convirtió en una referencia e hizo célebres a sus autores, Card recibió el Premio Nobel de Economía por sus investigaciones en los campos del trabajo, la inmigración y las desigualdades.

Nacido en 1956 en una granja de la provincia canadiense de Ontario, Card es desde hace un cuarto de siglo catedrático de la Universidad de California-Berkeley, a la que sigue yendo cada día en bicicleta para esquivar el espeso tráfico de la bahía de San Francisco. Recientemente visitó Bilbao para participar en un encuentro (WorkInLan Summit) sobre el futuro del empleo organizado por el Gobierno vasco y la Fundación Iseak y conversó con Negocios por videoconferencia.

PREGUNTA. Su visita a España coincide con una subida del 8% en el salario mínimo. ¿Qué le parece? RESPUESTA.

Sé que el salario mínimo ha subido significativamente, pero no tengo una opinión al respecto. Lo que sí me sorprende es que sea tan bajo a pesar de las subidas. Para una persona que trabaje a tiempo completo apenas supone ocho euros a la hora.

P. ¿Subir el salario mínimo es perjudicial para el empleo?

R. Desde que Krueger y yo publicamos nuestro estudio, hace 30 años, la mayoría de los análisis rigurosos que se han hecho sobre el tema, con la misma metodología y más fuentes de datos que el nuestro, muestran que no tiene efectos ni negativos ni positivos. Un experimento interesante fue la introducción del salario mínimo en Alemania en 2016. Algunos críticos predijeron que tendría un efecto significativo en los niveles de empleo, pero por lo que tengo entendido no ha sido así.

P. ¿Por qué las empresas son tan reticentes a subirlo?

R. Porque anticipan que van a tener que pagar salarios más altos y que si no recortan empleo tendrán menos beneficios. Los datos del sector de la restauración en EE UU indican que las subidas del salario mínimo se trasladan casi por completo a los clientes. Pasa algo parecido en otros sectores. El dueño de una tienda en un centro comercial, por ejemplo, intentará negociar una reducción del alquiler con el propietario del local, y en la agricultura puede hacer bajar el precio de los terrenos. La subida del salario mínimo no crea ni destruye valor, solo lo redistribuye. La gente que sale perdiendo se queja, y quienes salen ganando están a favor. Tiene todo el sentido.

P. ¿Qué efectos positivos y negativos en la economía tiene una subida del salario mínimo?

R. En el lado negativo, aunque no se destruyan puestos de trabajo a corto plazo, cabe la posibilidad de que reste incentivos a la inversión, de modo que a la larga pueden empeorar las perspectivas de empleo. Algunas empresas podrían dejar de crear puestos de trabajo que de otro modo sí crearían. En el lado positivo, las grandes empresas han adquirido mucho poder de mercado en los últimos 25 o 30 años y la subida del salario mínimo puede contrarrestar esa distorsión en la economía.

P. ¿Tienen los bajos salarios que ver con el de descontento de amplios sectores de la población y el auge de los populismos?

R. El nivel de vida de un trabajador medio en EE UU es hoy muy parecido al que tenía en 1980. Ahora tiene algunas cosas que entonces no tenía, como un teléfono móvil o conexión a internet, lo que puede llevarle a pensar que vive mejor, aunque no tenga dinero para cenar en un restaurante. Una visión más realista es que al 75%-80% de la población con menos renta no le van bien las cosas, al contrario que al 1% o 2% con rentas más altas. Pasa en muchos países, pero en EE UU la diferencia es extrema. Parte del populismo tiene que ver con las desigualdades, pero muchas personas de rentas bajas son seguidoras entusiastas de Donald Trump, un multimillonario. El Partido Republicano, que es el partido populista de EE UU, no está precisamente a favor de la redistribución de la renta. Está más en temas culturales.

P. La diferencia de salarios entre los altos ejecutivos y los empleados de una misma empresa no deja de crecer. En EE UU la proporción hoy es de 400 a 1, mientras que en 1960 era de 20 a 1. ¿Qué ha ocurrido?

R. Hay quien piensa que es resultado de las fuerzas del mercado; es decir, que un consejero delegado de gran talento vale hoy mucho más que en 1960 porque es capaz de liderar una empresa que crea enorme valor, como Apple. Una visión alternativa es que el número de grandes multinacionales es relativamente pequeño y que la población mundial es hoy dos o tres veces mayor. China y la India se han incorporado a la economía moderna y ello ha hecho crecer el número de trabajadores en la parte más baja de la escala salarial. Una tercera interpretación es que la gente que gestiona las grandes empresas ha organizado las comisiones de retribuciones de tal modo que se garantizan a sí mismos grandes salarios.

P. Desde el estallido de la pandemia se habla mucho de la gran dimisión o gran renuncia: gente que abandona su puesto de trabajo y se marcha a casa. ¿Qué está pasando?

R. Los niveles de abandono laboral —la posibilidad de que alguien deje voluntariamente su trabajo— llevaban muchos años a la baja y estábamos en números históricamente bajos antes de la covid. Con la pandemia han vuelto a aumentar, pero nada parecido a lo que teníamos en los años sesenta o setenta. La mayoría de la gente que ha renunciado a su trabajo en estos últimos tiempos lo ha hecho para irse a empleos mejores, especialmente en los servicios. Creo que se ha exagerado mucho lo de la gran renuncia.

P. Algunas empresas se quejan de que no encuentran trabajadores…

R. Los economistas siempre decimos que si faltan trabajadores es que hay que subir los sueldos. Parece poco consecuente protestar por la subida del salario mínimo y al mismo tiempo quejarte de que no tienes gente para trabajar. Quizás lo que está pasando es que, simultáneamente, las empresas tienen puestos vacantes y no quieren subir los salarios.

P. Usted también ha estudiado el impacto de la inmigración en los sueldos. ¿A qué conclusiones ha llegado?

R. Llevo más de 10 años sin estudiar el tema, pero mis trabajos anteriores y otros más recientes que conozco es que los movimientos migratorios no tienen un efecto notable en el empleo o en los salarios de los trabajadores nativos con cualificaciones similares a los recién llegados.

 

 

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