El largo viaje hacia la libertad de un sindicalista honesto

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Por Mi­guel Án­gel No­ce­da

El País
05 de jun de 2022

Co­mi­sio­nes Obre­ras ho­me­na­jea a Ju­lián Ari­za, uno de sus fun­da­do­res, en la pre­sen­ta­ción de sus me­mo­rias.

Julián Ariza y Nicolás Sartorius, dos veteranos sindicalistas y militantes izquierdistas, se dieron un efusivo abrazo tras la intervención del segundo en la presentación de El precio de la libertad (Catarata, Fundación Primero de Mayo), un libro de memorias escrito por el primero, que subtitula Recuerdos de un antifranquista. “Fuiste imprescindible para el sindicato y para la democracia”, le reconocía Sartorius al acabar sus palabras después de haber recordado las andanzas clandestinas, su coincidencia en la cárcel de Carabanchel, el viaje a Roma (sin poder visitar Roma), los primeros pasos de las Comisiones Obreras y otras tantas cosas.

La presentación fue aprovechada por la dirección del sindicato para homenajear a uno de los fundadores. Al octogenerio ya le tocó crecer en los primeros años del franquismo. Comenzó a trabajar como ayudante en una farmacia de su barrio, Usera, a los 12 años y con 15 entró en la cooperativa farmacéutica Cofares, donde pronto le dieron de alta y donde se familiarizó con aquellas comisiones obreras en minúsculas, “espontáneas, finalistas y de vida efímera”, que se formaban para negociar algún conflicto o desavenencia y luego desaparecían.

Más tarde entró en la Perkins, empresa de motores donde se encontró con Marcelino Camacho y que hicieron mítica en la historia del sindicato. Se había producido la transición de aquel joven obrero que defendía a sus compañeros a un dirigente con conciencia de clase dispuesto a convertirse en un líder sindical. Lo contó con detalle en el auditorio que lleva el nombre de Camacho ante un público que peina muchas canas. “Creo que lo que animaba a la creación de este tipo de comisiones era el vacío de representación en el que, de manera natural, se buscaban vías por las que canalizar demandas y reivindicaciones”, dijo Ariza. Un espacio que el PCE encontró apropiado para recomendar ingresar en el Sindicato Vertical y aprovechar las posibilidades legales para desarrollar desde dentro las futuras Comisiones.

La combinación de la industrialización que se produjo a partir de la creación del Instituto Nacional de Industria (INI), las migraciones del campo a la ciudad, el relevo generacional y el vacío de representación en un marco de demandas de mejora en las condiciones de vida y laborales eran el mejor caldo de cultivo. A ello se añadió el cambio de Gobierno en 1957 con la llegada de los tecnócratas, que daría lugar sin pasar mucho tiempo al Plan de Estabilización y a cierta apertura, sobre todo económica.

Luego ya vendrían las acciones; los contubernios en la Perkins, que presidía Joaquín Ruiz-Jiménez; la reunión en una finca de un hombre tan sospechoso como José María de Areilza; las detenciones tras persecuciones a veces rocambolescas (estuvo cuatro años en la cárcel); los jerséis de cuello vuelto; la lucha por crecer en las fábricas… “Aunque nos definimos como movimiento, éramos en todo caso un movimiento organizado entre cuyos objetivos estaba contribuir a la conquista de las libertades sindicales y políticas”, escribe Ariza, que no quiere dejar fuera de la paternidad del sindicato a Santiago Carrillo, el líder del PCE del que nunca se separó. Y aunque el nacimiento de las CC OO se data en diversos lugares (La Camocha, Laciana, Jerez…), él pone ese origen en la Comisión del Metal de Madrid en 1964.

La vida pública de Ariza se divide en tres etapas. La primera fue la de las comisiones en minúsculas formando tándem con Camacho (“Camacho fue mi maestro y compañero de fatigas”), con quien mantuvo una estrecha relación hasta entrados los ochenta, cuando se produjo el alejamiento por razones políticas que dio lugar a la escisión del PCE. De esa etapa, Ariza reivindica la Transición (con mayúsculas) y los movimientos huelguísticos de 1976, ya muerto Franco, contra la pervivencia del régimen (“dirigidos por Arias Navarro y el ínclito Fraga”), y descalifica las críticas de Podemos que afirmaban que la Constitución pactada en 1978 era un “candado” que había que romper.

La segunda etapa es, precisamente, la de su ostracismo en el sindicato. En la tercera etapa, la de “la nueva normalidad”, se le reconoce el papel de fundador y dirigente histórico. En ese periodo, en el que se han sucedido cuatro secretarios generales, se le ha respetado mucho. Luego presidió la Fundación Primero de Mayo, hasta que decidió jubilarse de ese cargo y de su puesto en el Consejo Económico y Social (CES), del que hizo una especie de refugio durante 23 años y no ha dejado de producir informes y de luchar por la democracia.

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