La siesta ¿sinónimo de pereza o de productividad laboral?

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En las últimas décadas, un gran número de investigaciones han mostrado las bondades de la siesta para la reparación de la fatiga. Según higienistas del sueño como Matthew Walker, estamos programados para dormir la siesta.

Un pequeño sueño de 30 minutos al mediodía nos conecta con nuestra biología. Es saludable y necesario para nuestro bienestar. Tanto, que es recomendable hacerlo diariamente, igual que beber tres litros de agua, caminar 10.000 pasos, moderar la ingesta de carne o comer cuatro piezas de fruta. La siesta, de esta manera, ha dejado de ser algo insalubre para convertirse en un imperativo del bienestar. Una obligación moral para cuyo cumplimiento nos “ayuda” ofreciéndonos reseñas de los mejores colchones, almohadas o somníferos naturales.

Un claro ejemplo de eso que Darian Leader denominó “el negocio del sueño”. Por supuesto, la clave de este mandato es conseguir sujetos sanos y dispuestos para trabajar. Este es quizá el giro más sorprendente de lo que ha sucedido con la siesta en los últimos años: su integración en la lógica capitalista. Gracias a estos estudios, se ha demostrado que, después de una siesta, cuerpo y mente son más productivos, de modo que una creciente cantidad de empresas han comenzado a programar periodos de recarga de sus empleados.

Siestas energéticas (power naps) que reinician el organismo y recargan las baterías del trabajador para continuar con su jornada laboral. El descanso, entonces, ya no es nunca más tiempo perdido, sino tiempo empleado, previsto.

La siesta como acto de resistencia…

Resistencia a la productividad y también resistencia a la consideración del cuerpo como máquina, el cuerpo que puede ser recargado y el cuerpo que requiere de un mantenimiento como si fuera un engendro mecánico.

La siesta que defienden algunos autores es una práctica hedonista que no queda bien en cámara. La siesta que nos conecta con el cuerpo real. La siesta como un acto de abandono. No la siesta healthy del imperativo del bienestar. No la siesta integrada en las lógicas de producción. No la siesta capitalizada y convertida en marca y mercancía. Sino la siesta como interrupción de un tiempo acelerado. La siesta como parada, como freno. Y en todo momento, la siesta como decisión. Como puesta en juego de un tiempo propio diferente al tiempo previsto por el sistema. La siesta como acto impredecible.

 

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Jorge SalesLa siesta ¿sinónimo de pereza o de productividad laboral?