Cuando se habla del término “Clase Obrera” es fácil pensar desde las categorías limitadas de nuestra realidad; los trabajadores saliendo de la fábrica en una película de los hermanos Lumière, los turnos en la cadena de montaje, los obreros con overol con la frente empapada en sudor y las manos manchadas de grasa, las vidas familiares y austeras en barrios populares (la colonia Obrera por ejemplo), la solidaridad sindical, los mineros cortando carreteras. Parece un retrato sacado de un tiempo pretérito. En cierta forma, lo es.
La ciudadanía prefiere no verse como de clase trabajadora, aunque trabaje. Debido a los fuertes cambios económicos y sociales operados en las últimas décadas, la conciencia de clase va menguando, y van surgiendo nuevos perfiles, como el precariado o las infraclases, más apropiados para la coyuntura actual.
En los países occidentales, tras la deslocalización y la desindustrialización, se ha pasado a una economía posfordista: predominan los trabajos líquidos en el sector de la información, la tecnología o los servicios. Trabajos que no duran toda la vida y no otorgan sentido ni identidad. En la fábrica, el roce hacía el cariño (y el sindicato), pero la terciarización, atomización y automatización del trabajo (y el teletrabajo) no colaboran a que la población se autoperciba como de clase trabajadora. Todos somos de clase media. ¿Quién es de clase trabajadora?
Bajo estas premisas todo el que tiene que trabajar pertenece más allá de los términos a la clase trabajadora ¿no es así? Y además da igual lo haga en una fábrica o en una oficina o en una empresa de sector servicios, trabajadores al fin…
En la segunda mitad del siglo XX el ascensor social funcionó, con diferencias sustanciales entre países y aún en México en distintas regiones pero funcinó: las familias invirtieron u obtuvieron en vivienda (incluso con INFONAVIT), se lanzó la seguridad social y cierta prosperidad, incluso los hijos de no pocos obreros pudieron ir a la universidad… dejando de ser obreros.
Algunas corrientes sociológicas hablan, no sin controversia, de un “aburguesamiento”: los trabajadores mejoraron notablemente su nivel de vida, pero también quisieron alejarse de sus orígenes. Se creó así cierta distinción: ahora está bien visto venir de la clase obrera, pero no tanto serlo, y estar en tránsito para llegar a la clase alta Lo mencionado, sin embargo, no quiere decir que el mundo del trabajo haya ido a mejor:
La Conciencia de clase en Crisis…
Aunque la conciencia de clase está en picada se siguen dando muestras de descontento: las protestas de los agricultores en Europa, los chalecos amarillos en Francia, el movimiento 20/32 en Matamoros y otros movimientos que trabajan por el cambio social.. El malestar está ahí, no se ha disuelto en el aire, y requiere soluciones.
La clase obrera fue en un tiempo el llamado sujeto de emancipación, es decir, el colectivo que iba a cambiar el mundo (para mejor). Durante la segunda mitad del siglo XX, y hasta hoy, esa certeza ha ido mutando, y lo laboral ha perdido protagonismo en el debate social en favor de lo identitario, lo cultural o lo medioambiental, lo que ha generado un notorio cisma en la izquierda. En los últimos tiempos, sin embargo, se han registrado destellos de protagonismo de lo laboral, por ejemplo, en el fenómeno de la Gran Dimisión, en Estados Unidos, y en un renacimiento de las luchas sindicales en sectores tradicionales, como la industria del motor, o inopinados, como las grandes empresas Starbucks o Amazon, de fuerte tradición antisindical.
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