Teletrabajar ayuda a conciliar, pero… ojo con las horas | Aceprensa – Luis Luque

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Aceprensa

Por Luis Luque

16 diciembre 2020

El trabajo en tiempos de pandemia

Menos luces encendidas en la oficina, menos ajetreo, menos voces que se interrumpen unas a otras, más plazas vacías en el “parking”… En estos meses de pandemia, la realidad del teletrabajo ha cambiado la rutina cotidiana de muchos centros laborales, y no parece que, una vez controlada la expansión del virus, volvamos a las escenas de antes.

Está sucediendo en España y en otros países europeos. Una encuesta de Morgan Stanley en las cinco principales economías de Europa occidental revela que, pasada la primera ola de la pandemia, solo el 50% de quienes trabajaban en oficinas volvieron a estas algunos o todos los días laborables. En agosto, el 22% de los españoles  con empleos de cuello blanco había retornado presencialmente a su puesto los cinco días de la semana. Sus pares italianos, alemanes y franceses lo habían hecho en proporción algo menor (18%-21%), mientras que los británicos que ya se estaban trasladando cada día a su empresa superaban el 40%.

El coronavirus ha trazado una inflexión en un fenómeno que venía en ascenso a un ritmo más pausado. El informe Telework and its effects in Europe, publicado en el sitio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), con estadísticas de finales de 2019, constataba, por ejemplo, que en España y Alemania el porcentaje de teletrabajadores era bastante menor que el actual (13 y 12 puntos menos, respectivamente). Los nórdicos ya llevaban la delantera, con un 37% de los daneses, un 33% de los suecos y un 24% de los fineses que laboraban fuera de la oficina.

La pandemia: ¿el “shock” necesario?

Dado que la tecnología –los ordenadores, los móviles, la conexión en casa y la wifi– están a mano hace  ya algunos años, cabe preguntarse por qué esta práctica no ha avanzado a la par en el norte y en el resto del bloque comunitario.

Los autores del estudio lo achacan a que en los nórdicos está arraigada una cultura laboral más flexible en cuanto a coordinación entre el trabajo remunerado y la  vida privada. Dicha elasticidad se hace menos visible en países como España, Grecia, Eslovaquia, etc., donde predomina el  presentismo:  la percepción de que tan importante como el resultado del trabajo es que el empleado desarrolle su labor no lejos del ojo supervisor del jefe.

Por otra parte, estaría la normal resistencia al cambio; el temor a sustituir una dinámica que  funciona por otra que, aunque  promete, no está lo suficientemente testada. “Hay mucho de inercia en el modo en que trabajan las personas –seña- la Erik Brynjolfsson, del MIT, citado por la radio pública estadounidense–, y es realmente difícil cambiar los procesos, la cultura, la formación, los tipos  de  actividad  laboral y las tareas que realizan. A menos que ocurra un shock, la gente tiende a seguir haciendo las cosas al viejo modo”.

Según explica con el apoyo de estadísticas sobre productividad, cuando se introducen nuevas tecnologías en los procesos industriales, esta cae en una primera etapa. Pero a medida que se invierte dinero y tiempo en adoptarlas, acaban rindiendo ganancias y haciendo subir la aguja. Así sucedió con la electricidad: las fábricas demoraron 30 años en adoptar la maquinaria electrificada, pero al final, las empresas y la sociedad en conjunto se beneficiaron.

Si en 2020 era un shock semejante lo que se necesitaba en el mundo del trabajo para hacer cambios de modelo, la pandemia lo ha  servido en bandeja.

Lazos fuertes, lazos débiles…

¿Es tan importante la presencia física, el estar cerca los trabajadores unos de otros, y a pocos metros de  la oficina del director?

Para algunos sí. El argumento es que el contacto cercano entre todos durante la jornada es terreno propicio para tormentas de ideas que potencian la innovación. De hecho, una empresa que apostó hace años por el teletrabajo fue Yahoo, pero en 2013 terminó recogiendo el cordel: “Algunas de las  mejores  decisiones e intuiciones brotan de diálogos en el pasillo o en la cafetería, de conocer  a gente nueva y de las reuniones de equipo improvisadas”, precisó entonces un memorándum interno.

Es quizás una de las razones por la que varios expertos, como Carlo Ratti, director del centro de investigación Senseable City Lab, del MIT, entienden que la “muerte de la oficina” tarda en llegar. En un artículo en Le Monde (22-07-2020) el investigador lo argumenta con la tesis del sociólogo Mark Granovetter sobre el papel que desempeñan en cualquier sociedad los “lazos fuertes” (las relaciones estrechas) y los  “débiles”  (el conocimiento surgido a partir del azar): si los primeros tienden a formar redes densas y superpuestas (“nuestros amigos cercanos son, a menudo, amigos cercanos entre sí”), los segundos relacionan a los miembros de un grupo más grande y diverso.

Según Ratti, son los lazos débiles los que favorecen el contacto con nuevas ideas y formas de ver la realidad, lo que contribuye a fomentar la innovación. Ceñirse, por tanto, al intercambio con conocidos a través de una pantalla, consolida los vínculos fuertes, pero resta oportunidad a los débiles y a todo su potencial.

En la actividad laboral, “a menos que ocurra un ‘shock’, la gente tiende a seguir haciendo las cosas al viejo modo” (Erik Brynjolfsson, del MIT)

Otros analistas, sin embargo, arrojan un cubo de agua fría a los  partidarios del contacto presencial como semilla de innovación. Matt Clancy, de la Iowa  State  University, recuerda en The Economist (27- 05-2020) el resultado de un estudio efectuado en 2017 con 500 empresas noruegas, para medir de alguna manera la importancia de la casualidad en la innovación, dada la mayor probabilidad de intercambio con otras personas en núcleos urbanos. La pesquisa no detectó relación alguna entre el hecho de residir en una gran ciudad y la creación de asociaciones importantes para emprender. No hubo contactos fortuitos que las facilitaran.

Para Clancy, el hecho de que los trabajadores residan unos cerca de otros –razón por la que la actividad económica se ha concentrado en las ciudades– se ha vuelto cada vez menos relevante, en la medida en que las tecnologías de comunicación y transporte hacen más fácil el acceso al conocimiento desde la distancia.

Una oportunidad para la vida familiar

El profesor norteamericano advierte básicamente ventajas para empleadores y empleados que adoptan el teletrabajo. Según explica a Aceprensa, los primeros se benefician  de una bolsa de trabajadores potenciales bastante más amplia: si la cercanía geográfica no es decisiva, “las empresas pueden encontrar empleados distantes que están mejor cualificados para un  puesto  de  lo  que lo están los trabajadores localmente disponibles”.

En este sentido, que haya más y más personas teletrabajando facilita que las empresas puedan encontrar más mano de obra de este tipo, al volverse lo común. También subraya Clancy el “ahorro sustancial” del que disfrutan las compañías si prescinden de alquilar grandes espacios para oficinas en ciudades  caras”,  y el atractivo que presenta en sí misma la oferta de trabajar desde casa para retener a aquellos empleados que gusten de esta variante.

Respecto a los trabajadores, el empleo a distancia a tiempo completo “les permite mudarse a zonas donde el costo de la vida es menor,  o donde pueden estar más cerca de familiares y amigos. Esto es algo que valoran mucho”, dice. Lo que pueden sacar como beneficio en cuanto a ahorrarse distancias lo estiman tanto, que muchos estarían de acuerdo en cobrar menos si con ello se evitaran tener que desplazarse a su centro de trabajo. Lo constató un sondeo a 7.000 empleados, realizado por dos profesores de Princeton y Harvard en 2017: el 8% de los consultados dijo que renunciaría al 20% del sueldo si se le permitiera teletrabajar.

Resuena en todo esto el eco de un concepto en boga: conciliación.

La  autora  y  psicoanalista   estadounidense Erica Komisar comenta a Aceprensa que el teletrabajo “les ha dado a las familias, y particularmente a las madres de niños pequeños, la oportunidad de estar presentes física y emocionalmente para confortar a sus hijos cuando están tensos, para jugar con ellos y alimentarlos. Al reducirse el estrés causado por la separación, el niño pequeño gana en seguridad emocional y en resiliencia ante nuevas situaciones de presión en el futuro. Además, se reduce el impacto de la depresión posparto en aquellas madres para las que implica un conflicto dejar al hijo en casa e irse a trabajar”.

De este cuidado a los trabajadores –en este caso a las madres– se sacaría como provecho colateral el incremento de la productividad. “La felicidad –añade Komisar– se ha relacionado siempre con la productividad del trabajo. Cuando los  empleados se sienten cuidados y experimentan la empatía de sus empleadores, muestran más lealtad y compromiso con sus empresas”.

¿Más productivos o más temerosos?

El alza de la productividad es, de entre las razones favorables al teletrabajo, una de la más esgrimidas. Un estudio de la Universidad de Stanford, de 2013, aborda el ejemplo del call-center de una agencia de viajes en China. Entre los hallazgos de los investigadores está que aquellos que trabajaron desde casa procesaron más llamadas que quienes  lo hicieron desde los locales de la empresa, y los días de baja médica descendieron.

La cercanía entre los trabajadores es cada vez menos relevante: las tecnologías decomunicación y transporte hacen más fácil el acceso al conocimiento desde la distancia

En cuanto a cifras, la empresa pasó a ingresar 375 dólares más por trabajador; se ahorró por cada uno 1.250 dólares en gastos de oficina,  y 400 dólares por reducción de las bajas voluntarias.

A la tranquilidad de que disfrutan los empleados desde el hogar correspondería un tercio de las causas de la mejoría de estos números. Pero no todo impulso a la productividad brota espontáneo de la paz y alegría del trabajador. Los dos tercios res- tantes descansan sobre la prolongación de sus horarios laborales en el hogar, donde los límites pueden ser más borrosos.

Durante la pandemia, con el teletrabajo casi más como “mandato” que como opción, las líneas se difuminaron incluso más: la  afirmación de que lejos de la oficina se puede ser tan o más productivo que en esta, habría inducido a muchos a trabajar  a deshora para, en un contexto económico tan sombrío, alejar la posibilidad del despido. Según The Economist (12-09-2020), más del  50% de los trabajadores estadounidenses dijeron temer por su empleo a causa de la catástrofe epidemiológica.

Reciprocidad mal entendida

Se necesitan reglas claras y hacer que se cumplan, habida cuenta de que cuando el covid-19 sea historia, el teletrabajo seguirá extendiéndose previsiblemente, y hay que limar las rugosidades detectadas todo este tiempo.

Entre estas, la noción de muchos empleadores de que, al estar el trabajador en casa, pueden contar con él a deshora. En el estudio del teletrabajo en Europa, más arriba mencionado, se aludía a un sondeo realizado en 2013 a empresarios alemanes: el 28% de ellos esperaba que sus trabajadores estuvieran disponibles para trabajar más allá del horario normado; el 19%, que lo estuvieran durante las noches de entre semana; el 17%, que también sábados y domingos, y el 4%, que también en las vacaciones.

En varios países europeos ya existen legislaciones para ponerle coto a esto –una de las más recientes es la de España (ver Aceprensa, 6-10- 2020)–, pero ello no ha impedido que las horas extra de los teletrabajadores superen con mucho las de los presenciales. En el caso de los hombres, son un 10% más las de los primeros que las de los segundos, según datos de 2015. Tampoco se ha evitado que esas horas se queden sin pagar –les ha pasado al 80% de los británicos en la modalidad–, lo que “incrementa la sensación de culpabilidad por dejar en segundo puesto los asuntos del hogar”.

Muchos laboran más horas y más intensamente –nos comenta la profesora Esther Canonico, de la London School of Economics– “porque lo ven como un beneficio que les da la empresa; entonces intentan reciprocarlo y trabajan más tiempo. Ya que estás en casa, echas más horas. Alguno incluso se siente culpable porque él está en casa y los demás en la oficina. Pero con el covid-19 eso va a cambiar, pues si mucha gente teletrabaja, ya no tienes ese sentimiento de que tienes que darle más a la empresa”.

“Hay que fomentar la cultura de  la confianza –añade–; hay que confiar en que los empleados trabajan cuando no los ves, algo que es difícil en muchas culturas. Debe crearse un sistema que evalúe el trabajo de una persona sobre la base del resultado, no de las horas que está en el puesto. Y que haya flexibilidad; que no se penalice al que trabaje desde el hogar”.

Trabajar desde casa, desde el campo, o desde otro país

La extensión del teletrabajo incide ya en decisiones como la de dónde residir

Hasta que el coronavirus nos encerró a muchos unos cuantos meses, la modalidad del teletrabajo era vista con cierta suspicacia por los empleadores. Pero esa actitud está cambiando: en julio, Alphabet informó que sus trabajadores no regresarían a la oficina hasta el verano de 2021. Facebook, que quiere pasar la mayor parte de su actividad al teletrabajo durante los próximos diez años, también dijo a los suyos que volvieran por las mismas fechas (muchos de sus empleados tienen ganas de quedarse en casa: según una consulta interna, el 40% de ellos estarían encantados de teletrabajar todo el tiempo).

Ahora bien, puestos a trabajar en un sitio distinto de la oficina y a cumplir los mismos objetivos de productividad que si estuvieran presentes, muchos han entendido innecesario seguir pagando los elevadísimos alquileres de las casas en la zona de  la Bahía de San Francisco,  donde  se ubican varias tecnológicas, y han partido en busca de ciudades o áreas más económicas.

Teletrabajadores que se van de las grandes ciudades en busca de casas más baratas acaban haciendo subir el precio de la vivienda en los lugares de destino

El sitio The Henchinger Report ha observado estos flujos poblacionales y ha calculado los incrementos poblacionales en los lugares de destino: de la primavera de 2019 a la del año actual, las ciudades californianas de Santa María y Santa Bárbara atrajeron fundamentalmente a personas procedentes de Los Ángeles, lo que ha hecho escalar la inmigración un 124%. Por su parte, Louisville (Kentucky) ha recibido fundamentalmente  neoyorquinos y crecido un 113% en ese índice, mientras que Burlington, en Vermont, que se ha convertido en la “capital nacional del trabajo desde casa”, ha atraído mayormente a habitantes de Boston (Massachusetts), para una subida del 103%.

Lejos, sí; pero con conexión

Las migraciones y otros movimientos están dejando una huella en el sector de la compraventa y el alquiler de vivienda. The Wall Street Journal (19-11-2020) informa que, en EE.UU., la pandemia y el teletrabajo están detrás del notable interés por adquirir casas unifamiliares fuera de las grandes ciudades, en busca de más espacio.

Los precios de venta, pues, al alza. Y con ellos, también los alquileres en los sitios de destino. Pero estos han bajado allí de donde se han marchado teletrabajadores. En el área de la Bahía de San Francisco lo han hecho por primera vez en muchos años: los pisos de un dormitorio, por ejemplo, cayeron en julio un 11%, en comparación con julio de 2019. Algunos analistas aseguran que si llegara a irse un 5% de los que empleados residentes, habría una alteración masiva en el mercado.

La tendencia no se da únicamente en Estados Unidos… En Francia, un estudio publicado en mayo  por el portal inmobiliario SeLoger  reveló  que el 38% de quienes querían comprar casa se planteaban encontrarla lejos de las grandes ciudades, y con el requisito de una habitación extra para teletrabajar. También en Alemania ha crecido el interés por las casas rurales desde que comenzaron las restricciones de movilidad: a finales de noviembre, un 12% de los residentes en ciudades dijo a ImmoScout24 que ya no quería vivir en ellas y que preferían las zonas campestres.

Pero hay otra opción: irse a otros lugares del mundo. Es lo que hacen los “nómadas digitales”, a quienes les basta con tener un dispositivo con acceso a internet. Muchos se van a lugares de naturaleza exuberante o de gran relieve histórico y cultural, donde pueden teletrabajar y recibir el salario propio del sitio de origen.

Países como Georgia, República Checa, Alemania, Barbados, etc., favorecen esta modalidad. En agosto, Estonia anunció la creación de un visado de nómada digital de hasta 12 meses, que puede obtener quien demuestre que trabaja para una empresa en el exterior o es freelancer, y que percibe al menos 3.504 euros mensuales. Más recientemente, Islandia informó sobre la creación de un permiso de un semestre de duración para teletrabajadores extranjeros.

Con que haya buena wifi allí, el interés está garantizado. L.L.

 

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Nota original:

Teletrabajar ayuda a conciliar, pero… ojo con las horas

 

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