Aprovechamos el tiempo al máximo y somos más infelices

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El filósofo Blaise Pascal dijo: “La infelicidad del ser humano se basa solo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación”. Pascal vivió en el siglo XVII y ya la gente andaba obsesionada con hacer algo en vez de no hacer nada. Cuatro siglos después, el ajetreo cotidiano ha aumentado notablemente, apoyado en los avances tecnológicos que afectan todos los aspectos de nuestra vida. Se da un culto a la productividad, y no solo en el ámbito laboral, sino también en el tiempo llamado “libre”, del que, como se vio en los confinamientos pandémicos, tratamos de sacar el máximo provecho a través de la creación artística, las clases de pilates o el noble oficio de la panadería doméstica.

El objetivo general es trabajar más, consumir más, formarnos más o vivir más experiencias de las que luego dar buena cuenta en las redes sociales. El minuto se exprime al máximo y la vida se acorta con respecto a su contenido deseado. Pero la infelicidad de Pascal sigue ahí.

El surgimiento de la gig economy, en la que se da un vínculo mucho más estrecho entre la eficiencia personal y los ingresos, genera nuevas ansiedades “Somos el tiempo que nos queda”, escribió el poeta Caballero Bonald, y, desde el punto de vista del culto a la productividad, lo que produzcamos en ese tiempo, en un contexto de seguridad vital decreciente, será lo que seamos y lo que tengamos, a donde lleguemos. Toda nuestra actividad parece tener que estar dirigida a un fin concreto, mientras que genera culpa, y puede hasta ser sospechoso, eso de “perder” el tiempo.

La tecnología nos permite hacer más cosas en menos minutos, y hace que la exigencia laboral o la posibilidad de realizar muchas actividades nos acompañe en cada momento y lugar: nos da la impresión de que podemos sacar mucho más partido a nuestros días. Al mismo tiempo, mediante el proceso llamado infoxicación, puede sobreestimularnos a través de continuos mensajes, avisos, correos, notificaciones, y minar nuestra capacidad de atención a cambio de pequeñas dosis de dopamina, haciendo que estemos en todo y en nada al mismo tiempo. Para muchos, ya es difícil trazar una línea que separe claramente lo que es el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio o cuidados. Simultaneamos quehaceres y saltamos de una cosa a otra, ya sean tareas o entretenimientos, a toda velocidad.

Nos movemos cada vez más rápido, pero nos volvemos más impacientes y frustrados, porque a medida que nos acercamos al espejismo de la ‘productividad total’ y la optimización perfecta, se vuelve cada vez más irritante que nunca la consigamos del todo

Curiosamente, el empeño en la productividad constante no tiene por qué redundar en una productividad efectiva mayor, o en una vida mejor: tenemos límites y necesitamos descansos corporales y mentales. “Aunque pensemos que corriendo y ocupados estamos haciendo mucho más y siendo más virtuosos, la ciencia del comportamiento ha descubierto que la escasez de tiempo crea un fenómeno llamado ‘túnel”, explica Brigid Schulte, autora de Overwhelmed: Work, Love and Play When No One Has the Time (abrumados: Trabajar, amar y jugar cuando nadie tiene tiempo) y directora del laboratorio Better Life Lab at New America. Resulta como si la visión periférica se oscureciera (metafóricamente) y avanzásemos en una tiniebla en la que es difícil tomar decisiones acertadas, teniendo en cuenta el gran cuadro y no solo la pincelada. Según informa Schulte, cuando estamos metidos en ese túnel nuestro cociente intelectual puede llegar a caer 13 puntos. “Así que el follón no nos hace productivos. No mejora nuestras vidas. Pero es muy difícil para las personas salir del ajetreo porque vivimos en culturas que lo valoran mucho”, dice la autora.

Se proponen otras opciones para ocupar nuestro tiempo. Por ejemplo, la artista Jenny Odell, afincada en el ajetreado Silicon Valley, se rebela contra este culto a la productividad en su libro Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención (Ariel). La inacción es para ella una forma de protesta ante el capitalismo desbocado que se ha enseñoreado en cada rincón de nuestro tiempo: actividades sencillas que redunden en el bienestar personal y nada más, como observar los pájaros (una de sus aficiones) o dedicarse a dar largos paseos, pueden mejorar nuestra vida e incluso considerarse como un acto íntimo de resistencia política.

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Jorge SalesAprovechamos el tiempo al máximo y somos más infelices