Washington es a los abogados, asesores y políticos lo que Hollywood a los aspirantes a estrellas: el lugar donde matarse a trabajar, medrar y cumplir un sueño. Hacer una pasantía en el Capitolio es la puerta de entrada para un trabajo mal pagado de staffer, que es como se llama aquí a los asistentes de los legisladores. Suele implicar largas jornadas donde lo que más se hace es atender el teléfono y llevar papeles de un lado a otro. Las cumplen sin rechistar porque están hambrientos de formar parte del núcleo duro de unos de esos congresistas o senadores. Incluso convertirse, quién sabe, en uno de ellos.
Las jornadas extenuantes, los bajos salarios y la presión de un trabajo exigente han generado una rebelión entre los empleados del escalafón más bajo del Capitolio. Hace una semana comunicaron su deseo de formar el primer sindicato de trabajadores en la historia del Capitolio y no solo han conseguido que la Casa Blanca los apoye, sino que tienen a sus jefes trabajando por ello.
El relato de un ex Becario
La primera tarea del día de sus tiempos en el Congreso, recuerda, era preparar el café de su jefe, un congresista republicano. A veces guiaba a los visitantes en un tour por el Capitolio o recibía a distintas asociaciones. Junto a sus compañeros, disfrutaba de la comida y cerveza que sobraban de las reuniones de sus jefes. Al final del día volvía directo a casa porque no tenía dinero para gastarlo en los bares. Durante tres meses, pagó todo con tarjetas de crédito en la sexta ciudad de EE UU más cara (un departamento de una habitación cuesta de media 2.225 dólares al mes) ¿Por qué la gente acepta esas condiciones? “Estás muy entusiasmado, crees que eres más importante de lo que eres. Uno solo quiere formar parte del juego”, resume.
La precariedad provoca que los jóvenes necesiten ahorros o ayuda familiar para pasar así unos años. Dentro del alud de críticas al sistema de becas del Capitolio, una recurrente es la falta de diversidad étnica. La mayoría de afroamericanos y latinos no puede permitirse vivir en Washington sin un salario digno. Apenas el 3% del personal del Senado es negro, una cifra que se repite entre los jefes de gabinete, según un informe del Centro Conjunto de Estudios Políticos y Económicos.
Quejas en Instagram
La mecha de la polémica por las condiciones laborales de los becarios y asistentes del Capitolio se encendió en Instagram. Una cuenta llamada Dear White Staffers (Queridos asistentes blancos) se viralizó tras recoger acusaciones anónimas de antiguos y actuales subalternos. Denunciaban precariedad, malos tratos y diferentes grados de abuso y discriminación en la aparentemente glamurosa esfera del poder.
Tras la exposición pública del problema, un grupo de afectados formó el pasado viernes una entidad llamada Sindicato de Trabajadores del Congreso para exigir a los legisladores su derecho a sindicalizarse y poder negociar de manera colectiva unas condiciones mínimas de empleo. El congresista demócrata Andy Levin presentó este miércoles una resolución, copatrocinada por 130 de sus compañeros, para sacar adelante la propuesta.
A pesar de que los líderes de ambos partidos salieron a apoyar la sindicalización de los empleados, varios legisladores republicanos han adelantado que no van a votar a favor de la resolución. Se requieren 60 votos para aprobarla en el Senado, en el que republicanos y demócratas están empatados en número (50/50).

