Cuando el teletrabajo es parcial —de uno a tres días en remoto—, el impacto sobre el estado emocional es muy positivo: menos estrés por tráfico, menos riesgos de sobrecarga cognitiva… Ahora bien, cuando excedemos ese punto y trabajamos lejos de la oficina más del 70% del tiempo, sufrimos los efectos negativos: desconexión laboral, falta de sociabilidad, soledad, depresión. Pero el teletrabajo es una opción, no una obligación. Si te sientes solo, siempre vas a tener el derecho a pedir la vuelta a la oficina. Y creo que hay muchas ganas de incluirlo en nuestra vida. Las mujeres tienen más interés por teletrabajar, entre tres y cuatro días. Los hombres, menos: uno o dos días. Puede deberse a que todavía estamos en una sociedad en la que las mujeres tienen más carga doméstica.
Con el teletrabajo podemos reducir muchísimo la congestión de los servicios. También supone una gran oportunidad para contratar a más mujeres. Atender solo al rendimiento debería ser una de las consecuencias del teletrabajo. También debería aumentar la contratación de personas discapacitadas.
En cualquier caso, no todo el mundo quiere trabajar desde casa ni todo el tiempo por ello cada uno tiene su propia configuración personal. Es muy distinto tener una casa grande y con luz natural a tener una pequeña y ruidosa. Pero es que luego influyen muchas cosas: la cercanía al trabajo, los hijos y la edad que tienen, las personas mayores a mi cargo… No tiene sentido pensar que vamos a tener una talla de teletrabajo que nos vaya bien a todos. Tenemos que ir hacia la personalización de las condiciones laborales.

