¿Qué es el Estado de Bienestar? ¿Por qué se encuentra en Crisis?

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No hay elemento más reconocido de la sociedad del bienestar que el Sistema Nacional de Salud británico; fue la joya de la corona y la envidia de todos los países, y hoy está en las ruinas. En Francia se lucha calle a calle por el futuro de las pensiones, con las mayores movilizaciones populares en décadas. En todos los países se discute si la educación realmente existente sigue siendo el ascensor social que se construyó hace décadas o, en vez de propiciar la igualdad de oportunidades, genera un “monopolio de oportunidades” para los más ricos. No hay dinero para universalizar los cuidados a los más dependientes. Por último, el teletrabajo y otras modalidades contemporáneas de empleo sirven para desocializar el mercado laboral: cada vez más gente se encuentra fuera de los contratos colectivos, y tiembla el derecho del trabajo. En suma, el Estado de bienestar, aquella revolución callada que explotó a partir de la segunda posguerra mundial liderada por el laborista Clement Attlee, que debía proteger al ciudadano “desde la cuna hasta la tumba” por el solo mero hecho de serlo, está en dificultades.

Muchos expertos indican que el debilitamiento de la calidad de la democracia está directamente relacionado con el debilitamiento del Estado de bienestar y que éste ya no corrige tanto como antaño las desigualdades. Hoy, la principal cuestión sociopolítica no es si el capitalismo ha de ser sustituido por otro sistema, sino si los países, los ciudadanos, pueden permitirse tener pensiones y sanidad dignas públicas y universales, seguro de desempleo, una educación superior que no sea prohibitiva, o todo ello es demasiado caro. A esta “utopía factible” se le ha añadido en los últimos tiempos otro capítulo central: la lucha contra la emergencia climática.

En México, todas las anteriores variables están presentes: la salud pública que no es como de Dinamarca, las pensiones, la educación pública y universal y la reforma laboral figuran en el seno de la batalla política cotidiana.

¿Merece entonces la pena hablar de Estado de bienestar? Es necesario hacerlo porque hay algo incuestionable: el Estado de bienestar es incompatible con la sociedad actual. Tenemos que tenerlo muy claro: el Estado de bienestar se ha hundido solo por su propia insuficiencia y anacronismo.

En el origen del welfare hay una mujer. Antes de que lord Beveridge, encargado por Winston Churchill, publicase sus dos famosos informes en medio de la II Guerra Mundial, Beatrice Webb había puesto los cimientos de lo que luego sería la mejor utopía factible de la humanidad, primero sola y luego acompañada de su marido, Sidney. A ambos, fundadores del semanario británico The Statesman y de la London School of Economics, puede atribuirse la idea de una red pública de protección. A principios de siglo redactaron (junto a otros tres autores) lo que se conoció como Minority Report. En él proponían un sistema de atención pública desde el nacimiento hasta la muerte, con el que se aseguraría “un estándar mínimo nacional de vida civilizada (…) para todos los ciudadanos por igual, de cualquier clase y sexo, con lo que queremos decir más alimentación suficiente y más formación adecuada, un salario digno mientras se esté en condiciones de trabajar, atención médica en caso de enfermedad y unas ganancias modestas pero aseguradas para la invalidez y los ancianos”. En su reseña del Minority Report, el polémico escritor George Bernard Shaw, premio Nobel de Literatura, predijo que podía marcar un cambio radical en la ciencia política y en la sociología, como sucedió en la filosofía y en la historia natural con El origen de las especies, de Darwin. Según Shaw, la propuesta era “importante, revolucionaria, sensata y práctica al mismo tiempo, perfecta para inspirar y atraer a una nueva generación”. Y era totalmente compatible con la libertad de mercado y con la democracia.

El Estado de bienestar adquirió sus principales perfiles actuales en la lucha contra el crash de 1929, la Gran Depresión y la II Guerra Mundial, y se ha actualizado tras la pandemia de la covid y la aparición de los nuevos escudos sociales. El welfare de la posguerra, con todas las diferencias entre los países, se centró fundamentalmente en la educación, la vivienda y la atención médica, así como las áreas de recreo urbanas, la subvención del transporte público, la financiación estatal del arte y la cultura y otras prestaciones de un Estado intervencionista. La seguridad social consistía fundamentalmente en la dotación de seguros contra las enfermedades, el desempleo, los accidentes y los riesgos de la vejez, cubiertos por el Estado.

 

 

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