La Revolución del Trabajo y la eficacia sindical ¿modelo en crisis? Parte 3/3

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El tema del posible debilitamiento del poder de los sindicatos está bastante estudiado por la literatura económica, en concreto la economía laboral, con consecuencias en no pocas cuestiones, entre ellas la evolución a largo plazo de los salarios, la desigualdad salarial o, en particular, la pobreza laboral. En el mercado laboral de México y Estados Unidos se muestra una baja en la afiliación sindical en los últimos quince años, aunque la caída en Estados Unidos es mayor en número de trabajadores y en México es marginal. Para dimensionar un poco, con datos del Instituto Nacional de Geografía e Informática y del Departamento de Trabajo de Estados Unidos, conforme a las útlimas cifras disponibles (2020) México contaba con 4.5 millones de trabajadores sindicalizados (31 mil trabajadores menos que en el 2005)  y Estados Unidos con 14.5 millones (1 millon cien mil menos que en el 2010). Esta diferencia debe observarse a la luz de las asimetrías de los dos mercados laborales y su tamaño (por ejemplo, el tamaño de la informalidad en México sector en el que no hay sindicatos).

Además, es casi del dominio público que los cambios generacionales en la fuerza laboral provocan un desencanto de los jóvenes respecto de los sindicatos; idos los días de la pujanza industrial y de los sindicatos que pisaban fuerte; días en que no era preciso un título universitario para acceder a un puesto bien remunerado, hoy los millennials, los zentenials y  los pandemials observan que incluso un mayor nivel de estudios ya no es palanca para acceder a la clase media y eso afecta a los sindicatos. En general las fuerzas de trabajo jóvenes no ven a los sindicatos como un vehículo para proteger o exigir el cumplimiento de sus derechos, en muchos casos, como en las plataformas digitales, los trabajadores no solo rechazan a un sindicato sino también una relación laboral, al preferir flexibilidad y autonomía. Aparte de las peculiaridades mencionadas, también operan tendencias de fondo. Una es la migración de empleos a sectores donde los sindicatos tienen menos fuerza, como las plataformas digitales,  el comercio minorista o los servicios profesionales. Otra es que los cambios de empleo son más frecuentes, y el trabajador que pasa pocos años en una misma empresa saca menos partido al pago de las cuotas. Además, el nuevo empleo surgido por el cambio tecnológico tiene menos capacidad de asociación. La tercerización de la economía, en parte impulsada por estas mismas fuerzas, no facilita el asociacionismo, al atomizar las ocupaciones en empresas más pequeñas o, como está ocurriendo en buena parte de los países occidentales, en grandes corporaciones donde las inquietudes del empleo ya no son las de antes, en parte porque este empleo es de otra naturaleza. La externalización de servicios también ha ayudado a este proceso.

Muchos sindicatos no gozan de la mejor reputación y eso los hace poco atractivos; con una tasa de afiliación baja, los sindicatos han nutrido sus ingresos con variadas fuentes de financiación política y económica, difuminadas por la opacidad de sus cuentas. La opinión pública ya no cree tan fácilmente que los sindicatos estén de su mismo lado simplemente porque así lo digan.

La reforma laboral en México, presionada entre otros por empleadores en Estados Unidos, quienes acusaban “dumping laboral” de un sindicalismo de protección en nuestro país, pretende incentivar un nuevo sindicalismo, democrático y representativo; empoderador de los trabajadores a través del voto libre, directo y secreto de éstos en todas las decisiones sindicales. Quizá no sea sorpresa, hablando estrictamente del sindicalismo, que se estemos volviendo al socialismo, con los reclamos de la época de la revolución industiral en versión digital y con el respaldo de gobernantes o candidatos que prometen programas audaces de redistribución de la riqueza.

Existen numerosos trabajos que hablan de la pérdida de capacidad de influencia de los sindicatos primero en países anglosajones y posteriormente en países de la Europa continental. La crisis de los setenta, muy compleja, tuvo como reacción un nuevo paradigma en las relaciones laborales. La reacción de la economía de la oferta, mucho más intensa en países como EE UU o el Reino Unido, debilitó a unos sindicatos que habían peleado por aumentos salariales y mejoras de las condiciones laborales en un contexto de crisis como fue la energética de aquella década.

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